Nunca miro de frente a los cuchillos cuando se acercan volando hacia mí: podría, instintivamente, moverme para esquivarlos y arruinar el número.
Nadie se fija en mí por más llamativa que sea mi indumentaria: él es el héroe, él quien arriesga. No me importa: a la hora de repartir ganancias, vamos a medias.
En general, cuando estoy en la arena, no pienso. ¿De qué me serviría? Sólo espero a que todos los cuchillos se claven en el panel, sonrío, saludo y me retiro a mi caravana.
Sé que los espectadores esperan que él falle, o sea, que acierte. Las dianas se hacen para acertar en ellas.
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