Lo malo de la trinchera no es su húmeda estrechez. El barro y la sangre abrigan somos muchos aquí y las fotos que nos mandaron desde casa nunca se desgastan.
Siempre hay tiempo para una partida de cartas. Para el momento íntimo y juguetón de despiojarnos. Alguien que baila al ritmo de los tableteos lejanos de las ametralladoras o un buen imitador de generales que nos hace reír.
Lo malo de la trinchera es que no sabemos cuando tendremos que abandonarla.
ANA PÉREZ CAÑAMARES. LA ALAMBRADA DE MI BOCA. ED. BAILE DEL SOL
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