TENGAMOS FE AL PRINCIPIO DE LA ESTACIÓN FRÍA
Y aquí estoy yo,
una mujer sola
ante una estación fría.
En el momento de empezar a comprender la
[contaminada existencia
de la tierra
y la sencilla y triste decepción del cielo
y la incapacidad de estas manos acementadas.
El tiempo pasa,
el tiempo pasa.
El reloj ya ha tocado cuatro veces.
Cuatro veces.
Hoy es el primer día del invierno.
Conozco el misterio de las estaciones
y descifro el lenguaje de cada instante.
El salvador está dormido en su tumba
y la tierra, la tierra acogedora,
es una invitación a la tranquilidad.
El tiempo pasa.
El reloj ya ha tocado cuatro veces.
En la calle sopla el viento.
En la calle sopla el viento
y yo pienso en la cópula de las flores,
en capullos con tallos delgados de escasa sangre.
Este tiempo cansado y apagado,
el hombre que pasa entre los árboles mojados,
el hombre cuyas azules venas
se alzan de su garganta como dos serpientes muertas
y en su alterada sien repiten una y otra vez
aquellas oraciones sangrientas.
-Hola.
-Hola.
Y yo pienso en la cópula de las flores.
En la víspera de la estación fría,
en el funeral de los espejos,
en la reunión enlutada de las experiencias pálidas,
en este crepúsculo fertilizado por el sabio silencio,
¿cómo se puede dar la orden de parar
a quien tan paciente, despacio y perdido va?,
¿cómo se puede decir al hombre
que él no vive, que nunca ha vivido?
En la calle sopla el viento,
en los viejos jardines del aburrimiento
revolotean los cuervos de la soledad
y la escalera ¡qué altura tan mezquina tiene!
(…)
Cadáveres felices,
cadáveres aburridos, silenciosos y pensativos,
cadáveres simpáticos, elegantes y de buen comer,
en las estaciones los tiempos concretos
y en el sospechoso fondo de las luces provisionales
y la pasión por comprar las marchitas frutas de la vanidad.
Al principio de la estación fría, tengamos fe
en las ruinas de los jardines de la imaginación,
en las hoces abandonadas,
en las semillas que duermen bajo la tierra.
Tal vez, lo real fueran aquellas dos manos jóvenes
enterradas bajo la incesante nevada,
y el año próximo, cuando la primavera
se acueste con el cielo que está detrás de la ventana
y en su cuerpo estallen
los verdes orígenes de sus leves tallos,
florecerán, compañero, mi único compañero.
Tengamos fe al principio de la estación fría.
*****
EL PÁJARO VA A MORIR
Estoy triste,
estoy triste.
Salgo al balcón y acaricio con los dedos
la tersa piel de la noche.
Las luces del vínculo se han disipado.
Las luces del vínculo se han apagado.
Nadie me presentará al Sol,
nadie me llevará a la fiesta de las golondrinas.
Recuerda el vuelo;
el pájaro va a morir.
*****
SOBRE LA TIERRA
Nunca he deseado ser
una estrella en el espejismo del firmamento
o, como un alma distinguida,
ser la silenciosa acompañante de los ángeles.
Nunca he estado separada de la tierra,
no he conocido a los astros.
Estoy de pie sobre la tierra,
con mi cuerpo,
que, como el tallo de una planta,
absorbe viento, luz del Sol y agua
para vivir.
Fértil por deseo,
fértil por dolor,
sobre la tierra estoy,
para que los astros me adoren,
para que las brisas me acaricien.
Miro a través de mi ventana.
No soy más que resonancia de una canción.
No soy eterna.
No busco más que el eco de un canto
en el dolor de un placer
que es más puro que el sencillo silencio de la
[tristeza.
No busco un nido
en el cuerpo que es un rocío
sobre la flor de mi cuerpo.
En las paredes de la cabaña que es mi vida,
los paseantes han grabado recuerdos
con la negra letra del amor:
un corazón herido,
una vela desparramada,
unos discretos puntos pálidos
sobre las confusas letras de la locura.
Cada labio que se unía a mis labios
engendraba en mi noche una estrella
que se sentaba sobre el río de los recuerdos.
Entonces, ¿para qué desear ser estrella?
Ésa es mi agradable canción.
Nunca quise más que esto.
Forug Forrojzad nació en Teherán en 1934 y murió en un accidente de tráfico en 1967. Estudió arte y publicó cinco libros en su corta vida: La retenida, El muro, La rebelión, El renacimiento y Tengamos fe. Forug, la subersiva, como la llama su traductora al castellano Nazanín Amirian, «se convierte en la más atrevida de las portavoces de la lucha social que se desarrolló en Irán. Ella ya no teme a la muerte. Sabe que el pájaro va a morir, pero que el vuelo jamás desaparecerá. El universo poético de Forug posee la fuerza y el espíritu de la modernidad que vencen las viejas leyes sociales de un país. Habla con la lengua actual y de los problemas de hoy. Su visión, más allá de los límites geográficos, se adelanta a su tiempo». Estos poemas pertenecen a Noche en Teherán (El Bardo, 2000) y han sido traducidos por Nazanín Amirian.