...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.

Volver al pan, llegar a casa


VOLVER AL PAN, LLEGAR A CASA


El nivel más profundo de comunicación no es
 la comunicación sino la comunión.
Thomas Merton


    No te pierdas tu vida, nos advierte Jorge Espina desde el comienzo de este libro. No te pierdas las flores, los sauces, los ríos que van a dar a tu mar. No te pierdas los ciclos de la luna, las aves, el nido cálido y fresco que hay que reinventar cada día. No te pierdas los amigos, los abrazos, las caricias.
    No te pierdas la vida que es donde está toda la poesía que tal vez no encuentres nunca  en los poemas. No te pierdas tu vida llenándolo todo de palabras, ensuciándolo todo con ellas, nos advierte Jorge Espina; porque quienes lo ensucian todo con palabras no saben  mirar a los ojos, no entienden la música del arroyo, jamás cultivaron flores o acariciaron las manos que amasan el pan.
    No te pierdas tu vida buscando y buscándote. Todo está en su lugar desde el principio. El niño que miraba asombrado a Pura horneando el pan estaba en su sitio. El adolescente que veía a su padre pescar truchas estaba en su sitio. El hombre que ahora corta leña está en su sitio. Los secretos de la tierra están en su sitio.

    Por eso la infancia vuelve, porque está en su sitio; con su nieve, su cielo verde, su orvallu de liquen y musgo, su maíz amarillo y desgranado, sus gaitas, su asturcón y sus bueyes llenos de barro, su sidra y los afectos que dieron sentido a las voces que resuenan en el hayedo cuando entramos en él. La infancia está en su sitio, sí; con su agua resbalando por la panera, con su arado labrando el tiempo y la memoria, yéndose y volviendo desde nosotros que somos, como el agua de las torrenteras, todo lo que se va.
    Por eso el hombre vuelve, porque está en su sitio; porque la luz es su casa, y el camino una forma de volver a la casa de la que nunca salimos. Hazte de amor en esa luz porque ésa es la luz que nos amamanta. Hazte niño ahí, nos dice Jorge Espina, cambia ahí donde todo es posible. Deslízate por ese tobogán hacia ti mismo, tú que contienes en ti tantas cosas, no sólo para ser libre y feliz, sino para que la felicidad y la libertad se extiendan en torno tuyo.
    Ten cuidado con los poemas, nos dice Jorge Espina. Es cierto que son un buen rastro para encontrar el camino de regreso a uno mismo, pero a veces ellos son los culpables de que la poesía no se extienda en torno a ti. Los poemas, a veces, nos alejan de la poesía en la misma medida que nos acercan a la vida literaria. Ten cuidado con tu elección, yo ya he hecho la mía, nos dice, finalmente, Jorge Espina. A veces la poesía y la libertad están en saber encolar la pata de una mesa, limpiar una trucha o hacer pan; están en que alguien se interese por cómo se hacen estas cosas y en que podamos contar con ellos cuando la soledad o la esperanza nos visite.
    Sí, desde luego ahí están la poesía y la libertad, más allá de las palabras, más allá de los conceptos. Ahondando en esos lugares y en estas acciones descubriremos no una nueva unidad, sino la antigua unidad que somos y alimentamos. Igual que la imagen de la madre cociendo el pan cuando éramos niños, el amor  siempre vivirá, confundiéndonos a todos en el secreto centro de su cálido y tierno migajón.


Antonio Orihuela
Lago de Proserpina, 24 de diciembre de 2011




   “¿En qué momento/el poema/pasó a ser más importante que la poesía?”
Si tuviera qué resumir Volver al pan, llegar a casa, estos serían los versos que elegiría. Tres versos que tienen detrás toda una propuesta vital y poética que Jorge Espina desgrana a lo largo de un poemario sencillo en lo formal, profundo y denso en su contenido.
   Para Jorge, la poesía es, más que un género literario, una actitud que a veces y sólo a veces se expresa en un poema. El poeta se reconoce sobre todo por su capacidad para identificar la poesía que siempre está antes que él. La poesía es el dedo que señala la vida. Es eso, o un divertimento, un pasatiempo, otra distracción más de lo que verdaderamente importa. Como lectora, una tiene muy claro cuál es su elección. Él recuerda y descubre, nos señala con el dedo lo que hay que ver y con humildad se aparta para que lo veamos con nuestros ojos.
   La poesía según Jorge es también el lugar donde podemos encontrar todo aquello que la rutina nos va impidiendo ver. La poesía es el subrayado, los signos de admiración, los paréntesis, lo que nos sacude la inercia del vivir por vivir, el leer por leer. La poesía es una gimnasia, un entrenamiento nada frívolo, porque nos prepara para lo que nos espera fuera.
  Como aparato imprescindible para ejercitarnos, él  propone las palabras y los recuerdos. Por eso el tiempo es el otro gran tema de estos poemas, a través de una alabanza de la infancia. Pero Jorge no se queda ahí. Viaja hacia atrás y utiliza el impulso que le dan las imágenes y escenas infantiles, no para llevar la elegía a un camino de salida, no para hacer de ella un ejercicio de nostalgia, sino para recuperar esos años y traerlos al presente, aprovechar la pureza, la apertura de aquella mirada. No es casual que el poemario comience con un Jorge niño y la protagonista de algunos de los poemas finales sea su hija, como ese que termina con esta gran verdad: “El bricolage/algún día/te hará libre.”
  Jorge se ha dado un largo paseo por su memoria, y en vez de reconstruir, de adornar, nos presenta los recuerdos como anotaciones de diario, dejándonos ver el blanco y el silencio que rodea las primeras palabras. Y con esta mirada, regresa al presente utilizándola para denunciar las suplantaciones a las que nos hemos ido acostumbrando y que hemos ido dando por inevitables: la panadería por el horno y la harina, la calefacción central por la leña, el paisaje enmarcado por el cielo abierto, la hipoteca por la casa. “Con lo fácil que es decir pan”. No siempre podemos, es cierto, pero al menos tenemos que recordar esa posibilidad a veces no tan remota de simplificar las cosas. “Estaba todo ya allí”, dice Jorge. Y si no se puede volver, habrá que recuperar la mirada y seguir buscando en lo más próximo, lo que hay debajo de los envoltorios, los envases y los eufemismos.
  Pero todo lo hacemos ya arrastrando nuestra condición de huérfanos y desheredados. El tiempo no es sádico, pero sus resultados son crueles. Podemos volver al pasado como espectadores, pero no podemos remediar haber sido despojados de la tierra y sus secretos. Vemos a los pobladores del pasado amar la tierra sin palabras, y ahora a nosotros nos queda recrearla, visitarla. Ahora nos queda el amor, que a veces no tiene más remedio que cambiar de objeto. Saber que ya somos distintos, porque no podemos matar con naturalidad y sin culpa la camada de gatos. Comprender sin juzgar, homenajear sin misticismo, y tirar p´adelante con nuestras contradicciones y complicidades.
   Hay una cita de Jaime Gil de Biedma que dice: “Yo creía que quería ser un poeta, pero muy adentro yo sólo quería ser un poema.” Creo que la apuesta de Jorge es todavía más radical: lo que quiere Jorge es reconocer la poesía que nos rodea. Y a modo de humilde guía, acompañarnos para mostrárnosla. Cuando queremos darnos cuenta, estamos solos y embobados, cara a cara con la belleza y el temblor inexplicables.

Ana Pérez Cañamares


 ÁTOMOS O ELECTRONES

     Nueve de la mañana,
     oye a Nora (su hija de dos años)
     llorando en el pasillo.
     Un haz de luz nace
     entre las cortinas del salón.
     Bichos, grita, bichos
     señalando diminutas motas de polvo,
     partículas de hilo,
     quizás átomos o electrones piensa él
     pero no bichos
     bichos no Nora,
     bichos no.

     La niña se acostumbra,
     poco a poco
     pierde el miedo,
     introduce sus manos en el chorro de luz,
     observa como se posa el polvo sobre los dedos,
     resopla,
     agita los brazos...

     Así soportamos la vida
     piensa el padre,
     nos acostumbramos
a toda forma de dolor,
nos convertimos en agua,
volutas de humo,
moléculas de polvo
flotando en la luz.

Y cuando crees que todo ha terminado,

un niño
introduce las manos,
agita los brazos,
resopla.

        ***






LA GLORIA 

                                      Holden Caulfield


Hay un lago en Central Park,
cerca de Central Park South,
en él los patos le preguntan a los peces:
¿Saben ustedes a dónde  se ha ido Salinger?
¿Quién?
Salinger. ¿Tienen alguna idea de dónde se ha metido?
Los peces no son malos tipos, pero tienen poca paciencia.
¿Cómo demonios queréis que lo sepamos?
¿Cómo queréis que sepamos una estupidez semejante?
Los patos vuelan sobre el lago buscando a Salinger
pero ni rastro, de Salinger, nadie sabe nada.

                                ***


EL POETA QUE QUISIERA SER



     –El dinero es poder
sacrifícate un poco más.

    –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

    –Observa la naturaleza,
los árboles...

    –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

    –El éxito, la fama,
déjate ver
acude a los actos literarios,
corteja a la prensa,
hazte notar.

    –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

    –Quédate después de la lectura,
firma tus libros,
festeja con tus lectores hasta altas
     horas de la madrugada.

         –Pero yo  amo a mi mujer y a mis hijos.

         –Déjate querer,  si una mujer bella
     te reclama,
     piensa que el poeta debe permanecer
     siempre enamorado.

         –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

         –Si la Musa te lo pide,
     abandónalo todo
     ella no espera.

         –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

         –Olvídate de cambiar el mundo,
     es imposible,
     otros lo han intentado
     y para qué, para quién.

         –Pero yo amo a mi mujer y a mis hijos.

         –Todo el mundo tiene un sueño
     ¿cuál es el tuyo?

         –Yo amo a mi mujer y a mis hijos.