...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.
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sábado, 21 de mayo de 2016

JOHN BERGER - CANCIÓN DE AMOR



EMIGRACIÓN RURAL

Las mañanas son madres
que crían sus pastos 
tienden sábanas invisibles 
en el huerto 
y se burlan de las rocas humeantes 
con cuentos de sol y cama

Las tardes levantaban vallas
miraban a las gallinas 
picotear en la hierba alta como un perro
reunían a las altaneras nubes
y tronaban pasión 
a las madres que las alimentaban 

día tras día 
mañana y tarde se emparejaban 
crecían hierbas y hojas 
y en empapadas candelillas verdes 
caían de nuestro nogal 
como orugas muertas

***

PATATAS

Canta el gallo

La tierra sus negras plumas abiertas 
               araña la piedra
                      y pone sus huevos

no las levantéis demasiado pronto 
               alumbran
                       a través de su piel luna 
                               a los muertos

durante las nieves 
                amontonadas en las bodegas 
                        gravemente prestan 
                               cuerpo a la sopa 

cuando faltan 
               no tiene carne el arado 
                        y los hombres mueren de hambre
                                   como el gran oso en la noche invernal

***

UNA CANCIÓN DE AMOR

Las montañas son despiadadas 
la lluvia funde la nieve 
volverá a helar.

En el café dos extranjeros 
tocan el acordeón 
y canta la habitación abarrotada de hombres.

Las melodías llenan 
los sacos del corazón 
los pesebres de los ojos.

Las letras llenan 
los establos 
que rugen entre los oídos.

La música suprime las papadas 
relaja las articulaciones, 
la única cura para el reumatismo.

La música limpia las uñas 
suaviza las manos 
restriega las callosidades.

Una habitación abarrotada de hombres, 
venidos del ganado empapado, 
del gasoil, de la pala eterna,
acaricia 
el aire de una canción de amor 
con manos dulces.

Las mías han abandonado los brazos 
y están cruzando las montañas 
en busca de tus pechos.

En el café dos extranjeros 
tocan el acordeón 
la lluvia funde en la nieve.


John Berger

miércoles, 3 de febrero de 2016

JOHN BERGER - CONTIGO



Lo que más me reconcilia con mi propia muerte es la imagen de un lugar: un lugar en el que tus huesos y los míos sean sepultados, tirados, desenterrados juntos. Allí estarán desperdigados en confuso desorden. Una de tus costillas reposa contra mi cráneo. Un metacarpio de mi mano izquierda yace dentro de tu pelvis. (Como una flor, recostado en mis costillas rotas, tu pecho.) Los cientos de huesos de nuestros pies, esparcidos como la graba. No deja de ser extraño que esta imagen de nuestra proximidad, que no representa sino mero fosfato del calcio, me confiera un sentimiento de paz. Pero así es. Contigo puedo imaginar un lugar en donde ser fosfato de calcio es suficiente.

John Berger




miércoles, 26 de diciembre de 2012

JOHN BERGER - UNA CANCIÓN DE AMOR


UNA CANCIÓN DE AMOR

Las montañas son despiadadas
la lluvia funde la nieve
volverá a helar.

En el café dos extranjeros
tocan el acordeón
y canta la habitación abarrotada de hombres.

Las melodías llenan
los sacos del corazón
los pesebres de los ojos.

Las letras llenan
los establos
que rugen entre los oídos.

La música suprime las papadas
relaja las articulaciones,
la única cura para el reumatismo.

La música limpia las uñas
suaviza las manos
restriega las callosidades.

Una habitación abarrotada de hombres,
venidos del ganado empapado,
del gasoil, de la pala eterna,
acaricia
el aire de una canción de amor
con manos dulces.

Las mías han abandonado los brazos
y están cruzando las montañas
en busca de tus pechos.

En el café dos extranjeros
tocan el acordeón
la lluvia funde la nieve.


JOHN BERGER. PÁGINAS DE LA HERIDA
VISOR 

lunes, 19 de noviembre de 2012

JOHN BERGER - LA HORA DE LA POESÍA



Hay un hotel junto al lago, cerca de donde vivo. Durante la última guerra fue el cuartel general de la Gestapo local. A mucha gente la interrogaron y torturaron ahí. Hoy es un hotel nuevamente. Desde el bar se puede ver por encima del agua las montañas al otro lado, lejanas. Mirás un lugar que cientos de pintores románticos del siglo diecinueve hubieran llamado sublime. Y era este lugar hacia donde, antes y después de sus interrogatorios, los torturados miraban. Era ante este lugar donde los amigos y los seres queridos de los torturados se detenían, impotentes, a mirar el edificio en donde uno de los suyos era sometido a un dolor indecible o a una muerte de larga agonía. Entre lo sublime y su presente realidad, ¿qué era lo que veían en esas montañas y ese lago?
            De todas las experiencias, la tortura sistemática es probablemente la más indescriptible. No simplemente por la intensidad del sufrimiento involucrado, sino también porque la iniciativa de tal tortura se opone al supuesto sobre el cual todos los lenguajes están basados: el supuesto de la comprensión mutua a través de lo que diferencia. La tortura destruye al lenguaje: su propósito es separar al lenguaje de la voz y a las palabras de la verdad. El que está siendo torturado lo sabe: me están rompiendo. Su resistencia consiste en tratar de limitar el “yo” que están rompiendo. La tortura destroza.

No les creas cuando te muestren
la foto de mi cuerpo,
no les creas.
No les creas cuando te digan
que la luna es la luna,
si te dicen que la luna es la luna,
que ésta es mi voz en una grabadora,
que ésta es mi firma en un papel,
si dicen que un árbol es un árbol,
no les creas,
no les creas
nada de lo que te digan,
nada de lo que te juren,
nada de lo que te muestren,
no les creas.

La tortura tiene una larga y extendida historia. Si la gente hoy está sorprendida por la escala de su reaparición (¿alguna vez desapareció?), es quizá porque dejaron de creer en el mal. La tortura no es terrible porque sea rara o porque pertenezca al pasado: es terrible por lo que hace. Lo contrario de la tortura no es el progreso sino la caridad. (El tema es tan cercano al Nuevo Testamento que sus términos son utilizables.)
            La mayoría de los torturadores no son sádicos – en el sentido clínico de la palabra- ni encarnaciones del puro mal. Son hombres y mujeres que fueron condicionados para aceptar y que luego practican. Hay escuelas formales y no formales para los torturadores, la mayoría financiadas por el Estado. Pero el primer condicionamiento empieza, antes de la escuela, con proposiciones ideológicas que dicen que cierta categoría de personas es fundamentalmente diferente y que esta diferencia constituye la suprema amenaza. La separación de la tercera persona, ellos, de nosotros vos. La siguiente lección, ahora en las escuelas de tortura, es que sus cuerpos son mentiras porque, como cuerpos, ellos dicen no ser tan diferentes: la tortura es un castigo por esta mentira. Si los torturadores se empezaran a preguntar qué aprendieron, incluso entonces continuarían por miedo de lo que ya hicieron, solo que ahora van a torturar para salvar su propia piel intacta.
            Los regímenes fascistas de Latinoamérica – el Chile de Pinochet, por ejemplo- recientemente han extendido sistemáticamente la lógica de la tortura. No solo destrozan los cuerpos de sus víctimas sino que también tratan de destruir – así no pueden ser leídos – sus nombres. Sería equivocado suponer que estos regímenes lo hacen por vergüenza: lo hacen con la esperanza de eliminar a los mártires y a los héroes, y para lograr el máximo de intimidación entre la población.
            Una mujer o un hombre es arrestado públicamente, sacado de su casa en un auto a la noche, o de su lugar de trabajo durante el día. Los que lo arrestan, los secuestradores, están vestidos de civil. Después de esto es imposible saber algo del que ha desaparecido. Policías, ministros, juzgados, dicen no saber nada de la persona. Sin embargo, las personas desaparecidas están en las manos de los servicios de inteligencia militar. Meses, años, pasan. Creer que el desaparecido está muerto es traicionarlo; pero creer que está vivo es soñar con las torturas que sufre y luego, casi siempre más tarde, terminar por admitir a la fuerza su muerte. Sin cartas, sin señales de su paradero, sin responsables, sin nadie a quien llamar, sin un fin imaginable para la sentencia porque no hay sentencia. En general el silencio significa falta de sonido. Acá el silencio es activo y se convierte, otra vez sistemáticamente, en un instrumento, pero esta vez para torturar al corazón. Ocasionalmente, algunos cadáveres son arrastrados por la corriente hasta la orilla de las playas y son identificados por pertenecer a la lista de desaparecidos. Ocasionalmente uno o dos vuelven con alguna noticia de los otros que siguen desparecidos: quizá fueron soltados intencionadamente para sembrar nuevas esperanzas que van a torturar miles de corazones.

Mi hijo se encuentra
desparecido
desde el 8 de mayo
del año pasado.
Lo vinieron a buscar,
sólo por unas horas,
dijeron,
sólo para algunas preguntas
de rutina.
Desde que el auto partió
ese auto sin patente
no hemos podido
                               saber
nada más
acerca de él.

Ahora cambiaron las cosas.
Hemos sabido por un joven compañero
al que acaban de soltar,
que cinco meses más tarde
lo estaban torturando
en Villa Grimaldi,
que a fines de septiembre
lo seguían interrogando
en la casa colorada
que fue de los Grimaldi.

Dicen que lo reconocieron
por la voz, por los gritos,
dicen.

Quiero que me respondan con franqueza.
Qué época es ésta,
en qué siglo habitamos,
cuál es el nombre
de este país?
Cómo puede ser,
eso les pregunto,
que la alegría de un
padre,
que la felicidad de una
madre,
consista en saber
que a su hijo
lo están
que lo están torturando?
Y presumir por lo tanto
que se encontraba vivo
cinco meses después,
que nuestra máxima
esperanza
sea averiguar
el año entrante
que ocho meses más tarde
seguían con las torturas

y puede, podría, pudiera,
que esté todavía vivo?


            La tortura física suele concentrarse en los genitales por su sensibilidad, por la humillación que provoca, y porque así se amenaza a la víctima con dejarlo estéril. En el caso de la tortura emocional de los hombres y las mujeres que aman a los que desaparecieron, hacen así: eligen sus esperanzas como un punto donde aplicar el dolor, para producir –a otro nivel – una comparable amenaza de esterilidad.


Si estuviera muerto,
yo lo sabría.
No me pregunten cómo.
Lo sabría.

No tengo ni una prueba,
ni un indicio, ni una clave.
Ni a favor,
ni en contra.

Ahí está el cielo,
del mismo azul
de siempre.

Pero eso no es una prueba.
Seguirán las barbaridades,
y el cielo siempre igual.

Ahí están los niños.
Terminaron de jugar.
Ahora se pondrán a beber
como una horda de caballos
salvajes.
Esta noche se dormirán
apenas su cabeza
toque la almohada.

Pero ¿quién aceptaría eso
como evidencia
de que su padre
no está muerto?

Del Blog:Hasta donde llega la voz

martes, 9 de octubre de 2012

JOHN BERGER - SUEÑO


(...) Todo aquí es repetición, todo aquí es regreso. El hogar es la vuelta a donde la distancia todavía no contaba.

SUEÑO

En un puñado de tierra
he enterrado todos los acentos
de mi lengua materna

allí yacen
como agujas de pino
reunidas por las hormigas.

Puede que algún día el llanto
balbuciente
de otro vagabundo
las incendie
entonces caliente y consolado
oirá toda la noche
la verdad como una nana.


John Berger
Páginas de la herida
Visor de Poesía


viernes, 24 de agosto de 2012

JOHN BERGER - PÁGINAS DE LA HERIDA



CONTADORES DE HISTORIAS

Escribiendo
acurrucados junto a la muerte
somos sus secretarios

leyendo a la luz de la vida
completamos su libro mayor

donde termina ella,
colegas míos,
empezamos nosotros, a ambos lados del cadáver,

y cuando la citamos
lo hacemos
sabiendo que la historia está a punto de acabar.

                               *****

     Una noche, paseando por el campo en las cercanías de Prijedor, en Bosnia, vi, bajo unas hojas de hierba, la luz verde ámbar de una luciérnaga solitaria. La cogí y me la puse en el dedo; brillaba como un anillo con un ópalo eléctrico. Conforme me iba acercando a la casa, la competencia de las otras luces se hizo demasiado intensa, y la luciérnaga apagó la suya.
     La puse en unas hojas sobre la cómoda del dormitorio. Cuando apagué la luz, la luciérnaga volvió a brillar. El espejo del tocador estaba enfrente de la ventana. Si me tumbaba de lado, veía una estrella reflejada en el espejo y debajo, en la cómoda, la luciérnaga. La única diferencia entre las dos era que la luz de la luciérnaga era un poco más verde, más glacial, más lejana.