Fue ésa mi primera
guerra: peleas a voces,
al mediodía, de
hombres que solapan fardos
mientras las gavias
chillan sus vocales monótonas
de complejas
blasfemias sin llegar a las manos.
Hombres fornidos con
motes enclenques que empujan
bacalao en barril y
encumbran sacas de arroz,
que pueden, con un
brazo, alzar rollos de cable
inmensos, izar
galvanizador ondeante para
arrojarlo a las
bodegas mientras los ganchos y argües
basculan alrededor.
Almuerzan a la sombra
de pilas de mercancías
atadas con nudos
y cinchas y alejan a
las gavias con mendrugos.
Siempre alguno se
lesiona, el ron y la diabetes
de otro se llevan una
pierna: queda raquítico
como su apodo. Es
mendigo orgulloso, rugiente
cual camión que acelera en lo mejor de su trago.
Derek Walcott
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