LA PEDIGÜEÑA
Son hermosos aún esos ojos azules,
perdidos en su niebla, que apenas si me ven
cuando me solicitan,
no sé con qué pretexto, unas monedas.
Se seca la belleza en su cara quemada
por el sol del semáforo.
Con lengua estropajosa y lenta
un soniquete estúpido repite.
Ropas de basurero, roña, llagas
en el brazo que apoya contra la ventanilla.
Por la camisa sin botones
los pechos se le asoman, duros, blancos.
Advierte mi mirada, y me sonríe
bobamente, con una boca gris
que me ofrece una chapa o cualquier otra cosa,
por lo que quiera darle.
Arranco muy despacio y no sé lo que pienso.
Me miran fijamente los políticos
desde las vallas alquiladas.
Agita las palmeras un viento repentino.
Material para nunca
Renacimiento
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