EL VIEJO POETA
Yo sé que Carampangue no será para vosotros más que un triste lugar perdido entre los bosques, un pueblo silencioso, un rumor en los mapas donde crecen los lirios de la desolación y el olvido.
Yo os hablo de un poeta al que no conocéis, de un hombre sin más suerte que la memoria y los libros, dócilmente entregado al arte de la muerte.
Lo veo allí en el aire, su mirada se cansa de contemplar el silbido de los muchachos que bajan a bañarse al río. No tiene otro horizonte el agua esta mañana, pasan por sus ojos esos cuerpos descalzos, manantiales impuros en los que brota el deseo de otra noche lejana.
Recuerdo entre la niebla que habíamos bebido largamente aquel día una tinta muy ebria en las cantinas del puerto. En bares nauseabundos podridos por el hambre nuestros versos gemían como las heridas de un ángel al que salpicaran las olas.
Enloquecidos los faros giraban a lo lejos como grandes libélulas a las que llamara la muerte. Entonces oímos el gran grito y ladraron los perros y hubo un gran estrépito de caracolas y pájaros.
Como días inmensos se detuvieron las horas, los calendarios temidos de la vejez y los sueños, las páginas en blanco del vacío, el alcohol padecido del silencio.
Ya nunca amanecimos, jamás abandonamos aquel lugar sin puertas, mascarones hundidos, restos de una balsa donde los viejos cormoranes cegados por la espuma secan moribundos su oscuro plumaje.
Contemplarse en el tiempo, contemplar la memoria con la limpia mirada de quien no teme al fracaso. Como el celeste borracho que inclinado sobre el diván silvestre de la noche deshoja las llamas de su corazón y sufre dulcemente mientras entona melodías ya pasadas de moda.
Oh este oscuro mandato de llorar a propósito, de gritar contra el cielo lo que la muerte no escucha, la campana de un barco al que carcome la herrumbre y la sal del invierno. Y escribir, como el inmóvil que huye escribir toda la vida ese destino en un verso: ni ángel, ni sábado, ni verano.
Al fondo de la niebla, detrás de todo esto, hay una provincia con tilos en la plaza y muchachos desnudos que montan a caballo. Pero yo sé que Carampangue no será para vosotros más que un triste lugar perdido entre los bosques, el último paisaje del ángel que me mira desde un espejo roto.
Juan Carlos Mestre
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