EL LABERINTO
Un hilo en una mano y en la otra una espada,
el corazón un nudo, los pasos sigilosos,
entro en el laberinto asustado y feliz
como el que ha decidido afrontar su destino.
Pero en el laberinto sólo suena el silencio.
No hay mugidos, ni voces, ni pasos que no sean
los míos, ni más ruido que mi respiración.
Empiezo a sospechar que tal vez no haya nadie
y que el temido monstruo
sea sólo una invención del miedo de los hombres,
de su oscuro deseo de desaparecer.
Cuando llego a la cámara central veo en ella un pozo.
Como un ombligo –pienso mientras me asomo a él.
Sobre el agua parada me reflejo y comprendo
que el minotauro está dentro de mí,
que la lucha ha empezado,
que acabará conmigo
si antes no llega el fin a rescatarme.
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TESTIMONIO DEL GAVIERO
Si he de decir la verdad,
me pareció otro gesto de presunción,
muy suyo,
aquella urgencia con que nos pidió
que lo atásemos al mástil
para escapar al canto de las sirenas.
Las sirenas cantaban, eso es cierto,
pero no precisamente para seducirlo a él.
¿Y por qué no a cualquiera de nosotros?
¿Por qué tendrían que pretender seducir a alguien?
¿Quién puede asegurar que no cantaban simplemente?
¿O que guardaban silencio y cada uno oía
su propio canto de sirenas dentro?
Era él quien luchaba contra su vocación de perdidizo.
Era él quien creía que las sirenas lo amaban.
Era él quien, con cualquier pretexto,
nos ponía a sus órdenes.
Era él quien no sabía qué inventarse
con tal de demorar nuestro regreso a Ítaca.
Yo quería volver a mi patria, abrazar a mi esposa,
cuidar de mis padres ya ancianos,
ver crecer a mis hijos.
Nos lo ordenó y lo atamos.
Si hubiera sido por mí lo habríamos dejado en alta mar,
hubiésemos puesto rumbo a Ítaca y allí se habría quedado,
atado al mástil, solo, de nuevo a la deriva.
Y habría muerto así, atado a su extravío,
mientras que las sirenas seguían, seguirán,
cantando para nadie, como siempre.
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LIMOSNA
Atenas ya no existe. En su lugar
hoy hay otra ciudad que lleva el mismo nombre
pero ya no es la misma.
Una ciudad que ya no huele a azahar
sino a ceniza, llena
de ancianos vencidos que piden limosna,
de niños que tocan un viejo acordeón
con una mano y con la otra piden
limosna, de borrachos
que piden limosna con un vaso de plástico
y parece que fueran a beberse
lo que les den, de dioses
enfermos, tullidos, que piden limosna,
de estatuas cansadas que piden limosna,
de gente que pide la pena que da.
Una ciudad fundada por los dioses,
castigada sin cielo por el único dios
que este siglo venera.
Atenas ya no existe. En su lugar
una ciudad donde la luz da lástima.
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MUSEO DE LA ACRÓPOLIS
Una mano de mármol, pero sólo los dedos,
sobre un hombro de mármol sin cabeza.
Un brazo erosionado que nadie tiende a nadie.
Un caballo sin patas.
Un jinete que es sólo sus muslos.
Dionisos a pedazos, recompuesto.
Un toro sin cuernos que está siendo devorado
por un león que no está,
sólo sus garras.
Admiramos lo desparecido.
Tal vez nuestra cultura nace de estas ausencias,
de lo vacío, de lo que no hay.
También nosotros somos lo que queda
de nosotros,
lo que falta,
el hueco que nos cuida.
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AERÓPAGO
Estas piedras, pulidas de tanto ser pisadas,
brillan como si fueran preciosas al sol último,
destellos de ventanas sobre el montón de cal
que es Atenas mirada desde cualquier colina
de las suyas, la tarde
se va, parece alguien
que ya no está, que vive
tan sólo en la ceniza
que su incendio dejó en quienes le amaron
y le siguen amando, pero ya
para nada, por siempre,
para tener en vida
lo que murió, el misterio
de estar y de repente ya no estar.
Estas piedras pulidas de tanto ser pisadas.
Los últimos destellos del sol en lo que muere.
La tarde que abandona su nombre sobre mí.
El frío, el cielo, el viento que nos lleva
adonde no sabemos.
Y nosotros,
como fugaces sombras asombradas,
llamando dioses a su no saber.
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Juan Vicente Piqueras
Atenas
XXV Premio Fundación Loewe
Visor de Poesía
Es difícil atreverse a poetizar un mundo que está tan presente en nuestras lecturas, recuerdos y vivencias. Juan Vicente Piqueras nos obsequia en este libro su mirada subjetiva (digo una redundancia, pues hablamos de lírica) para re-crear esos paisajes, esos personajes, esa ciudad. Cuando ese "yo esencial" se refleja en ellos, los hace universales: ya su mirada es la nuestra. Gracias por este regalo.
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