ODIO
AL ARQUITECTO
Siento un odio brutal por las cornisas,
que son como sirenas
mostrándome el poder de los abismos.
Por las piedras, los muros
y sus rectas paredes de ladrillos.
Por el opaco y frío
blanco de los mármoles
sin grietas ni fisuras.
Por la fragilidad de silicona
que cierra las salidas.
Odio el pálido gris del hormigón
tan parecido al de los cráneos,
la falsedad
con que miente el cemento en sus comienzos,
la del cristal sellado y sin pestillos
que muestra el paraíso al prisionero.
Odio el adobe hecho de barro como el hombre
y al dios que se lo inventa.
Odio la pulcritud del arquitecto
que construye prisiones en el aire.
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LA
REVOLUCIÓN
distinta a las habidas en la historia,
la de los chicos de Internet,
la de los facebook-man,
la definitiva.
La de los ex obreros
que añoran las obras
de tres mil euros mensuales
por manejar la excavadora.
La de los utópicos rebeldes
que cambiaron los libros, los estudios
por tener siempre llena la billetera.
De anarquistas que odian las multinacionales
y lo cuentan colgándolo en el Twitter
desde su móvil de última generación.
La de los guerrilleros engañados
con zanahorias en forma de coches
y casas en propiedad.
La de los trotamundos que adoran viajar,
conocer otras culturas,
y añoran los cruceros,
los daiquiris en playas del Caribe
y no poder volver a Nueva York.
La de los pacifistas
que organizan debates revolucionarios
los viernes por la noche
en la barra del bar.
Ciertamente se acerca una revolución
distinta a las habidas en la historia…
la definitiva.
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LAS
LLAVES DE BREDA
Y cuando uno aprende a convivir
consigo mismo en soledad,
a disfrutar de ver solo un cepillo
de dientes en el baño, una sola copa
de vino que llenar con la botella,
y una cama más ancha
que aquella Castilla del poeta,
entonces, aparece una persona
distinta a las demás (entre comillas)
para ponerte una sonrisa boba
de dientes en los labios,
un brillo (muy especial) en la mirada,
y un cable que conecta
el sexo al corazón.
Te planta su bandera y su estandarte
en tu cocina y en tu lado del sofá,
te exige las llaves
de Breda… y de tu piso,
y acurrucado entre sus brazos
firmas la rendición.
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Para
qué sirve
He arrasado más de cien ciudades
que había construido con mis manos
y cada día al levantarme
vuelvo a mezclar cemento con arena.
Dime ¿para qué sirve un paraíso
si no lo puede doblegar el fuego?
¿Para qué sirve construir
un castillo con la arena de la playa
si quitas el placer
de destruirlo en dos minutos
a patadas?
¿O de qué sirve un sueño
que puede realizarse?
¿O un amor que no te deja heridas?
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Soy de barro
moldeable cada día,
heredé de
mis hombres primitivos
el miedo a
casi todo lo impalpable.
Olvido con
la misma rapidez
que
despelleja una leona hambrienta
a un pobre
cervatillo.
Y no suelo
mentir
tan solo a
los demás en cada verso.
Me visto de
poesía
del vientre
para abajo,
del vientre
para arriba voy desnudo.
Envidio el
salitre
dejado por
el mar sobre los cuerpos
y al viento
si lo veo remover
las telas de
un vestido.
Porto unas
alas negras
cosidas a la
espalda con chinchetas
y vuelo
siempre libre alrededor
de una jaula
vacía.
No es que me quiera mucho,
pero sí mucho más que a cualquier otro.
Y nada me avergüenza,
tan solo algunas veces
mi imagen reflejada en el espejo.
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Un triste espantapájaros
me observa en su silencio.
Un ave negra de mirada misteriosa
se posa en su cabeza.
Un viejo agricultor
descansa cabizbajo sobre un tronco
tras un campo de trigo.
El cordón desatado de sus botas
en el barro, me duele cual lamento.
El viento sopla fuerte
y suena a latigazos en los rostros.
El sol se va escondiendo tras los montes
mientras llora amarillos una acacia.
Una mosca atrapada en telaraña
no mueve casi ya sus alas.
La sombra de un ciprés pinta de negro
los campos de aromáticas.
Un perro vagabundo de ojos grandes,
ajeno al fin del mundo,
se lame cicatrices.
La noche va tomando posiciones
y el viejo no despierta.
La araña avanza lenta por su tela,
se huele la tristeza
del perfume a tomillo
mezclado con el miedo.
El silencio se adueña de la noche,
se pierde el cuervo negro entre las sombras
y el viejo no despierta.
Roberto Menéndez
Desde la Cornisa
Ediciones La Baragaña
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