CÓLERA Y BARRO
Los gigantes se creen que lo son porque no tienen la capacidad de verse de lejos: tan pequeñitos, tan insignificantes al lado de los seres humanos de carne y hueso, de los dioses que cada día van a trabajar con la lonchera cargada de esperanza.
Los gigantes tienen los pies de barro y la cólera inflamada. Desvisten sus vergüenzas delante de las muchachitas y sueltan el látigo de su poder ficticio contra el coraje de los resistentes. Pobres los gigantes... tan pequeños, tan disminuidos en humanidad, tan deficientes en alma.
Los humanos los miramos con desprecio (y ellos lo saben), con algo de caridad (y ellos lo detestan), siempre con irrespeto (y ellos lo sufren). Despreciamos su pequeñez, su falta de inteligencia, sus toscas formas de proceder. Somos caritativos ante su discapacidad crónica para entender el mundo que los rodea, ante su voraz apetito de poder y acumulación. Irrespetamos su estirpe y su descendencia: les condenamos al ostracismo del ridículo Y de la pobre riqueza material.
Hoy, que los gigantes me respiran, los siento más molinos que nunca: estúpidos mecanismos de repetir errores tan poco dignos que, al fin, solo (re) tienen el poder. Nosotros, los humanos, preferimos tener la razón y la dignidad, dos bienes de no-consumo tan escasos en el Olimpo como los pañuelos de papel.
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Estado de excepción
Hoy voy a firmar unos cuantos decretos. Me he otorgado poderes excepcionales para legislar sin razón y para sentir sin limitación.
El primero tendrá que ver con nosotros, por supuesto. Determinará con exactitud nuestra obligación de dedicarnos en cuerpo y alma a nuestros cuerpos y almas, el ineludible deber de ser lo que somos dejando como víctimas, únicamente, al tedio Y a las tentaciones de rendición.
El segundo es probable que se centre en el paréntesis obligatorio en el que deberán entrar rutinas y horarios, empleos y estupideces. El tiempo no puede consumir en asuntos tan insignificantes para el ser humano como producir o triunfar. Claro está que esos temas estériles son de extrema utilidad para poderosos y religiosos de la mentira, pero como presidente plenipotenciario los mando al carajo y decreto la libertad incondicional para trabajadoras, putos y desempleados, les concedo el subsidio del afecto y la fraternidad y los condeno a cagarse de la risa cada vez que vean un empresario buscando carnaza para sus factorías de dolor.
Estoy pensando el tercer decreto pero, mientras lo defino, me voy a concentrar en tus ojos, en tu voz, en meterme tan dentro de ti que la oposición, siempre dispuesta a amargarnos la fiesta, no me puedo encontrar.
Divúlguese y cúmplase (o no)
Terca resistencia
Paco Gómez Nadal
Amargord Ediciones
Estado de excepción
Hoy voy a firmar unos cuantos decretos. Me he otorgado poderes excepcionales para legislar sin razón y para sentir sin limitación.
El primero tendrá que ver con nosotros, por supuesto. Determinará con exactitud nuestra obligación de dedicarnos en cuerpo y alma a nuestros cuerpos y almas, el ineludible deber de ser lo que somos dejando como víctimas, únicamente, al tedio Y a las tentaciones de rendición.
El segundo es probable que se centre en el paréntesis obligatorio en el que deberán entrar rutinas y horarios, empleos y estupideces. El tiempo no puede consumir en asuntos tan insignificantes para el ser humano como producir o triunfar. Claro está que esos temas estériles son de extrema utilidad para poderosos y religiosos de la mentira, pero como presidente plenipotenciario los mando al carajo y decreto la libertad incondicional para trabajadoras, putos y desempleados, les concedo el subsidio del afecto y la fraternidad y los condeno a cagarse de la risa cada vez que vean un empresario buscando carnaza para sus factorías de dolor.
Estoy pensando el tercer decreto pero, mientras lo defino, me voy a concentrar en tus ojos, en tu voz, en meterme tan dentro de ti que la oposición, siempre dispuesta a amargarnos la fiesta, no me puedo encontrar.
Divúlguese y cúmplase (o no)
Terca resistencia
Paco Gómez Nadal
Amargord Ediciones
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