Mientras vareamos las almendras,
todos tenemos calor,
pero yo siento cómo el sol se va adentrando en mi cabeza
trato de buscar un poco de aire desprendido de alguna rama,
no lo hay.
Tan solo puedo ver las manos de mi padre
sujetando su vara de madera maciza
y siento más calor
y una sed insaciable que me devora por dentro.
Mi padre suelta la vara
y sus manos desaparecen de mi vista;
puedo sentirlas sobre mi rostro
mientras pronuncia mi nombre
y trato con todas mis fuerzas
de abrir los ojos para verlas de nuevo.
Ahí están:
esas manos fuertes,
miniatura de lo que fueron,
intento ver debilidad en ellas,
no la encuentro.
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