(Cuarentena)
El mar arrastra a la arena de la playa
sirenas con la ropa arañada, desnucadas.
Sale el sol y las moscas desovan
sobre carne y escamas futuras epidemias.
Los curiosos han ido invadiendo la arena.
Después llegan gaviotas, albatros, algún
perro
asilvestrado que mastica los huesos.
Toda la noche fueron varando cuerpos.
Desde el pasado miércoles
no parte ningún buque de los muelles.
Hay cientos de sirenas desnucadas:
una canción borracha las atrae a la costa.
En las islas más grandes el hedor de las
muertas
propaga ciertas pestes que han diezmado el
turismo.
Has oído en la tele a un médico forense;
no sabe qué decir tras las autopsias.
Por las calles murmuran los vecinos
que hay suelto un asesino en serie.
Y guardan a sus hijas en los sótanos
y fuman más que antes
y se han comprado rifles y practican
disparando a latas de cerveza en sus
jardines.
(Al final del verano)
Trabajar en algo que nunca nos gustó.
Ganar lo justo para estos quince días de descanso.
Ir publicando, a veces, cada bastantes años,
un libro de poemas. Sentarnos a las tardes
a pensar qué le haríamos a la vida
si supiéramos, si nos quedaran fuerzas.
Darse un baño en la playa, ya de noche,
para sentirse al menos menos muerto.
Nadar hasta quedar sin brazos
y distinguir apenas las toallas
en la orilla. Adivinarla a ella
entre las sombras, desnuda como un juego.
Saber que haremos el amor,
que nos revolcaremos en la arena,
como perros mojados.
No precisamos más. Ahora es agosto.
Y la vida, por un breve momento,
es algo cierto que no nos sabe a poco.
Un callejón a solas con el viejo
que te espera a ti mismo
dentro de treinta años.
De
la vida me acuerdo.
Calzaba tus sandalias, iba en bici
conmigo hasta los faros vacíos.
Decía que era el mundo
una cosa sin frenos
donde poder perdernos.
Pero le fallamos. Nos cansamos
de tanto pedalear.
Pedro Andreu
Alquiler a las afueras
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