Para Isabella
No fuiste tú quien se quitó la vida,
cada día te lo iré repitiendo
porque me escuchas, callada ahora, por fin en
paz.
Fue la vida que no quiso oírte,
que no te hizo el hueco que tú te merecías.
Porque tú eras más que lo que ella te daba.
Tú eras, no sólo tu vida, también la mía.
No te apenes ya, no sufras,
no hiciste nada mal, no te culpes más.
Este dolor es mío,
lo vivo entreverado con la certeza
de mi suerte por haberte nacido.
Lo siento porque dos veces
me abrieron las entrañas,
una para traerte, otra para llevarte,
pero es mío, no llores tú
que sólo alegrías me diste con tu llegada.
No fuiste tú quien se quitó la vida,
no fuiste tú quien me causó dolor,
es la vida que no supo oírnos llorar juntas.
*****
A veces me visita, se sienta frente a mí
y me mira silenciosa.
Yo esquivo como puedo la punzada de sus ojos,
trasteo con las cosas, hago ruido con ellas,
las cambio de lugar.
Pongo música, la radio, enciendo el televisor,
abro las ventanas, en un intento vano de
escapar.
Ella espera paciente, como una madre
el regreso del niño que escapa del baño.
Al final sus ojos son tiernos,
me mira risueña y las manos cruzadas
sobre el halda, se parecen a las mías.
Así que acabo por sentarme
y compartimos el silencio.
A la tristeza no le gusta estar sola.
Begoña Abad
A la izquierda del padre
Ediciones La Baragaña
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