Yo le decía a mi hermana,
o ella me decía,
ven, ¿jugamos a reír?
Nos acostábamos una junto a la otra en la cama
y empezábamos.
Para hacer como que hacíamos, por supuesto.
Risas forzadas.
Risas ridículas.
Risas tan ridículas que nos hacían reír.
Entonces venía, sí, la verdadera risa,
la risa entera a arrastrarnos en su rompiente inmensa.
Risas estalladas, proseguidas, atropelladas, desencadenadas,
risas magníficas, suntuosas y locas...
y reíamos al infinito de la risa de nuestras risas...
Oh risa, risa del goce, goce de la risa;
reír es vivir tan profundamente
Annie Leclerc
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