Se acerca el tiempo de los poetas menores. Adiós Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenido tú cuya fama nunca llegará más allá de tu círculo familiar, o quizás a uno o dos buenos amigos reunidos después de cenar alrededor de una jarra de vino tinto... mientras los niños se adormilan y se quejan del ruido que haces al escudriñar por los armarios buscando tus viejos poemas, temeroso de que tu esposa los hubiera tirado en la limpieza de la última primavera.
Está nevando, dice alguien que ha atisbado en la noche oscura, y entonces, él, también, se vuelve hacia ti cuando te dispones a leer, de un modo algo teatral y enrojeciéndote, el largo y divagante poema de amor cuya última estrofa (desconocida para ti) se ha perdido irremediablemente.
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SALMO
Te has tomado mucho tiempo para decidirte,
Oh señor, acerca de estos hombres locos
que gobiernan el mundo. Su mano es larga
y sus garras deben de haberte espantado.
Con su sombra uno de ellos me encontró.
El día se hizo glacial. Yo oscilaba
entre el terror y el valor
en el rincón más oscuro del dormitorio de mi hijo.
Te busqué con mis ojos, a Ti en quien no creo.
Has estado ocupado haciendo las flores bonitas,
que los corderos sigan a sus madres,
¿o quizás ni siquiera has hecho eso?
Era primavera. Los asesinos se divertían mucho
y se regocijaban, y tus predicadores
estaban justo a su lado, para asegurarse
de que nuestros últimos adioses fueran dichos adecuadamente.
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VIDRIOS MILAGRO CÍA.
Pesado espejo llevado
por la calle,
me inclino ante ti
y ante todo lo que aparece en ti,
por un momento
y nunca otra vez del mismo modo:
Esta calle con su cielo rosado,
hileras de pisos grises,
un perro solitario
niños sobre patines de ruedas,
mujeres que compran flores,
alguien que parece perdido.
En ti, espejo enmarcado en oro
y llevado por la calle
por alguien a quien ni siquiera puedo ver,
ante quien, también, me inclino.
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HOJAS
amantes que se complacen
en la compañía de los árboles,
que buscan entretenimiento después de muchos besos
uno en brazos del otro,
observando las hojas,
el modo como ellas se estremecen
a la más ligera brisa del aire,
el modo como ellas se conmueven,
y tiemblan casi individualmente,
una de ellas empieza a sacudirse
en tanto las otras no obstante están quietas,
inexplicablemente, irracionalmente–
¿Qué estoy diciendo?
¿Una hoja entre un millón más temerosa,
más feliz,
que todas las otras?
En este roble que proyecta
tan intensa sombra,
y mis párpados cerrándose somnolientos
con aquella única hoja que se agita
ahora oscura, ahora luminosa.
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El mundo no se acaba
Charles Simic
DVD poesía
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