Hijos de un dios cabrón
A Julen, por el título
Recuerdo aquellos años que nos vieron follar
—como ángeles caídos—
encima del sofá de casa de tus padres:
nuestro descaro altivo, enamorado
del mundo que pisábamos.
Recuerdo el arrabal del paraíso,
sus madrugadas húmedas, los charcos
donde saltar borrachos de alegría,
el torpe amarse mal por vez primera,
casi a escondidas, en un cuarto prestado,
de un par de adolescentes asustados
de tanta piel desnuda.
Me acuerdo de mis guardias
delante de tu casa,
de tus hazmedebarroentrelaspiernas
y del cielo rajado de las tardes
detrás de tu ventana.
Recuerdo que aprendimos de memoria
las pecas de la espalda a unir a dedo,
y las mañanas largas donde hacíamos
maratones de sexo en tu bañera.
Recuerdo los paseos callados por la playa
de aquel último invierno,
y también una tarde
que nos pudrió de pronto la alegría,
que nos llenó el amor de bichos feos
y donde la memoria quiso
tirar de la cadena.
Qué íbamos a hacerle, cielo,
si éramos tan sólo hijos bastardos
de un dios cabrón y un ángel hembra
que nos dejaron olvidados
en los pasillos fríos, en los libros,
de aquella triste Facultad de Letras.
Casabierta Editorial, 2008.
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