Dolían los brazos de rascarse las calcomanías.
Nuestra preferencia cambiaba con el aire, con la
simple patada a una piedra. Teníamos, eso sí, la
saliva, el tiro a una rata que cambiaba de alcan-
tarilla, los partidos a diez goles.
***
Mi madre tiene patillas largas y canosas y el
pelo despeinado. Un aro de pirata en la oreja
izquierda y muchos problemas para dormir las
horas necesarias. Mi madre aparenta más edad
de la que tiene y presume de ello. Invita a comer
a las putas de nuestra calle y se pinta los labios
para ir a por el pan. Mi madre tiene la voz ronca
y bebe bourbon a sorbos muy pequeños. Me
prepara zumo todas las mañanas y no soporta
que saque malas notas. Tiene el cuerpo lleno
de tatuajes y siempre me llama a casa si piensa
llegar tarde.
***
Vayas por la calle que vayas, al fondo siempre
se ve una mancha azul de mar. Me separo del
grupo en cuanto puedo. Supongo que tardarán
un rato en echarme de menos. Están muy
ocupados en hablar todos a la vez y en hacer
comentarios de cada cosa que ven. Dos niños
juegan al frontón contra la puerta de un garaje.
Del portal de al lado sale un hombre con bigote
a llamarles la atención por el ruido que meten.
Cuando el hombre vuelve a entrar en el edificio,
les pido a los chicos la pelota. Les guiño un ojo.
En cuanto lance, habrá que echar a correr
como locos. En dirección al mar.
Fernando Menéndez. El habitante de las fotografías (KRK)
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