Una noche en que estaba en la cocina, friendo unos filetes para la cena, de espaldas a la puerta. Y en eso entró él y dijo:
-Estás cansada.
Esa nonche, del mismo modo que él vio con toda nitidez que yo estaba cansada, yo vi, con idéntica claridad, que amar es también, saber leer en la espalda de la persona amada. No la frente, no la sonrisa, ni la mirada, ni el cuerpo desnudo: una espalda, con el lazo del mandil bien visible en la cintura, en la cocina, a la demacrada luz de un fluorescente.
No sé qué es más maravilloso:
Que las palabras estén realmente escritas sobre el cielo
o que tenga el don de leer palabras donde sólo hay nubes.
*****
Sus palabras, miguitas de pan que iba dejando
por el camino.
Sus actos, los pájaros que se las iban comiendo.
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Del invierno
Vida de asceta
la que llevo últimamente:
ayuno porque no tengo hambre,
hago abstinencia
porque no tengo con quién
y rezo
para que este tiempo
acabe de una vez
Berna Wang.
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