LA VACA
Cuando iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear el crepúsculo que estaba de lo más bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mí pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le diera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha.
Augusto Monterroso
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